Hace varios años escuché un chiste que explicaba la diferencia entre un capitalista y un socialista. Un día un socialista tocó a la puerta de un granjero y lo invitó a unirse al partido socialista local. Como el granjero no sabía qué era un socialista, pidió un ejemplo del comportamiento de un socialista. El socialista le dijo:
— Si usted tiene una vaca, entonces todos los del pueblo pueden tomar algo de leche de esa vaca. A eso se le llama compartir la riqueza.
—Eso suena bien —dijo el granjero.
—Y si usted tiene una oveja —añadió el socialista— entonces todos compartirán la lana.
—De acuerdo —dijo el granjero —. Ser socialista suena
bien.
—Genial —dijo el socialista, creyendo que había convertido a una persona al socialismo—. Y si usted tiene una gallina, entonces, todos se reparten los huevos.
—¿Qué? —gritó el granjero enojado— ¡Eso es terrible! Largo de aquí y llévese todas sus ideas socialistas muy lejos.
—Pero, pero —tartamudeó el socialista—, no comprendo. A usted le agradó la idea de compartir leche y lana. ¿Por qué no quiere compartir los huevos?
—Porque yo no tengo vacas ni ovejas —gruñó el granjero— . Lo que sí tengo es una gallina.
La moraleja del retrato es: a todo el mundo le parece bien que se reparta la riqueza, pero eso sí: siempre que sea un a un tercero a quien se la saquen, no a sí mismo. El gran problema que viene poco después es que cuando se acaba la riqueza, ¿de dónde la sacan para repartirla como pretenden?.
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